EN ESTAS LARGAS SIESTAS DE VERANO…
En verano, cuando el fuerte sol obliga a guardarse, nada mejor que disfrutar de una buena ópera como alternativa a las plataformas de series y películas. Si bien el interés general pareciera inclinarse por estas últimas, el género operístico también ofrece temáticas para cada gusto y formatos según la disponibilidad de tiempo; incluso en caso de contar con pocos minutos libres, las llamadas “óperas de bolsillo”, extremadamente breves y concisas, nos ofrecen momentos increíbles.
Al igual que las películas, un amplio repertorio de óperas de todos los tiempos tiene una duración promedio de dos horas y cuentan historias fascinantes y siempre actuales, sin importar en qué fecha fueron compuestas. Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny (Alemania, 1930, música de K Weill y libreto de B. Brecht) es un thriller de fuerte crítica social que trata de una ciudad imaginaria fundada por pendencieros y donde todo está permitido… ¡a condición de tener el dinero suficiente! Si en cambio la preferencia es por un tema más histórico, Mare nostrum; descubrimiento, liberación y conversión del Mediterráneo por una tribu amazónica (1975, música y libreto de M. Kagel) es un propuesta tragi-cómica que aborda un intento de colonialismo contracorriente: desde América al territorio europeo, como corresponde a un artista argentino radicado en Alemania.
Podríamos continuar nombrando ejemplos, todos con músicas y escenografías asombrosas, pero si hablamos de óperas más extensas, un primer paso para aventurarnos en este terreno de la paciencia puede ser Einstein on the beach (1976, E.E.U.U, música de P. Glass y libreto en colaboración con R. Wilson) de casi cinco horas sin interrupciones pero con permiso de ingresar y salir de la sala a voluntad. Esta exitosa obra no cuenta una historia, tampoco es de esperar un texto comprensible ni el típico canto operístico; sin embargo, las escenas que se suceden a lo largo de sus cuatro actos tienen un sentido ligado a los rasgos más populares de la personalidad del científico (y violinista) Albert Einstein y resulta atrapante con su impronta mecánica y repetitiva tanto en la escena como en la música.
Con esta entrada en calor, podemos abordar lo que hoy se conoce en los medios como una maratón de capítulos de una serie o la saga de películas pero que ya lo había propuesto en el terreno de la ópera el compositor Richard Wagner en la segunda mitad del s. XIX en Alemania. Se trata de cuatro óperas que integran el ciclo de El Anillo del Nibelungo, a lo largo de las cuales la música conduce al drama y acompaña a cada personaje con un motivo. En ellas se desarrolla una intrincada historia de tradición germana en torno a la posesión de un anillo mágico; se desencadena así un abanico de pasiones, sentimientos de ambición, actitudes traidoras y fidelidades inquebrantables entre deidades y humanos. El ciclo completo dura aproximadamente quince horas y comienza con la ópera más breve, El oro del Rin con el cual es posible hacer el anillo; continúa con La valquiria, tal vez la música más conocida; la tercera lleva el nombre del héroe, Sigfrido, quien muere en la última ópera, El ocaso de los dioses. Después de muchos años de composición, El Anillo… se estrenó en 1876 en el Teatro de Bayreuth, especialmente construido siguiendo las indicaciones de Wagner, esto es, una arquitectura que privilegia el desarrollo escénico con todo el público mirando al frente, la orquesta en el foso y la sala oscurecida; muy parecida a una sala de cine.
A lo largo de sus más de cuatro siglos de existencia, la ópera acumula numerosos presagios de olvido pese a lo cual, sobrevive moderna y robusta, tal vez por su capacidad de transformación y adaptación; gracias a ello, pudo presentar batalla a las innovaciones de cada época y salir airosa como cuando, a fines del s. XIX, el surgimiento del cine le significó un duro golpe. Sin embargo, es evidente el parentesco de la ópera con el cine e incluso un buen número de producciones se mueven entre ambos territorios; es decir, comparten y nos ofrecen historias, música, escenas y movimientos que nos subyugan, emocionan y, tal vez, nos olvidemos del calor reinante.
Imagen: EL PAÍS