DE CANTAR…NI HABLEMOS.
¿Por qué algunas formas de expresión se ponen de moda y perduran? ¿Será tal vez porque de una u otra forma siempre existieron? Algo así sucede con el modo hablado, rítmico y rimado de contar historias sobre una base musical, presente en las más diversas tradiciones y corrientes musicales.
El rap es un ejemplo de ello desde que emergiera de algún suburbio de New York por los años ’60 como la voz de quienes vivían en los bordes de la exclusión social ya que, en origen, rap significaba conversar y transmitir. Fue acompañado e incluso precedido por grupos que reclamaban por la igualdad racial (The Latests Poets), además fue parte de la cultura hip hop y generó un cruce de influencias con el jazz y ritmos caribeños. En su tránsito al presente y su resonancia en otras culturas, se sofisticaron sus bases musicales y en sus letras se mezclaron el argot y la metáfora, de forma tal que es un recurso presente en otros géneros musicales.
Así continuó por el camino de contar esas historias y formas de sentir que no se oyen y probablemente el rap goce de una larga vida pues, hoy como antes, la marginalidad reclama una voz en todas partes. Así fue hace siglos en la península coreana, cuando en una oprimida sociedad en la que casi no había permiso de expresarse por fuera de las instituciones y rituales, un grupo de artistas logró narrar “las luchas de cada hombre” a través del pansori, una forma de narración libre con tambor que podían interpretar tanto hombres como mujeres.
Sin ir más lejos, en nuestras pampas, la payada es una variante local de recitar historias sobre punteo de la guitarra, en versos octosílabos y rima fonética consonante; comenzó por el 1800 y era el modo en que los gauchos compartían vivencias de su andar solitario en fogones y pulperías. Esta práctica, al igual que el rap, podía ser un recitado individual o en “contrapunto”, es decir, un dúo de improvisadores en extenso duelo; el más famoso se cuenta que fue en 1884 entre el uruguayo Nava y el argentino Ezeiza a quien se le debe este formato de payada.
También en África Occidental sigue viva la narración oral acompañada de instrumentos en manos de los griots o jelis, son recitadores/músicos con mucho conocimiento y capacidad de improvisación de quienes se dice que poseen un don musical y poético. Son personajes importantes dentro de su sociedad que transmiten tradiciones e historias de su pueblo pero también cuentan anécdotas, chismes y tienen gran ingenio para las sátiras y bromas. Una épica común entre todos los pueblos de esta región es la Historia de Sunjata, líder militar fundador del Imperio Mali.
Tan antigua es la práctica de recitar con música que se puede rastrear en la cultura sumeria, de donde proviene la historia escrita más antigua que se conoce, La épica de Gilgamesh, un poderoso rey en busca de la inmortalidad. Se narra sobre el punteo del gish-gu-di, especie de laúd de cuello largo y, en realidad, se trata de una interpretación históricamente informada ya que no han quedado indicios de la oralidad de una cultura que permaneció silente por milenios.
Como vemos, es frecuente escuchar acompañamiento de instrumentos tradicionales de cuerda, tambor o bien ambos, pero el piano no podía estar ausente. En los salones de una acomodada burguesía europea del s. XIX, lejos de soledades y conflictos, la diversión consistía en superponer una poesía o cuento a una pieza para piano de forma tal que las tensiones, el carácter y el dramatismo de uno y otra contrastaran convirtiendo dos expresiones cultas en elementos de una humorada.
El relato con música no es sino una de las tantas formas de poner en relación palabras y música, de recuperar la oralidad de la historia y la fugacidad de la música; es un juego de significaciones y evocaciones que se mantiene vivo bajo las diferencias locales, a veces más anclado en lo escrito o lo heredado y otras veces más cercano a la capacidad improvisatoria.