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DE COMPONER NADIE SE MUERE

¿Es posible postergar la hora fatal? A falta de respuesta, la estrategia consiste en evitar la parca por todos los medios posibles, incluso con fórmulas sencillas de aplicar: no pasar debajo de una escalera, rechazar el salero en tercer turno o evitar que se cruce un gato negro en el camino. Entre los músicos también circuló una superstición conocida como “la maldición de la novena sinfonía”: durante más de un siglo, la muerte visitó implacablemente a los compositores mientras escribían la novena o cuando comenzaban la décima. Tal vez por ello algunos fueron más prudentes y, luego de componer la n°9, abandonaron la forma sinfonía y continuaron una larga vida escribiendo conciertos o sonatas. Tal el caso del músico checo Antonin Dvorak quien estrenó su novena y última sinfonía en 1893 y vivió once años más; la llamó Desde el nuevo mundo ya que por entonces residía en E.E.U.U. y, como buen nacionalista, Dvorak logró evocar en ella ambos continentes inspirándose en sus repertorios tradicionales. La sinfonía tiene cuatro movimientos cuyos temas se recapitulan en el allegro con fuoco último; se trata de una obra cumbre de su producción, en tal sentido, podría decirse que alcanzó la cúspide beethoviana.

Beethoven estrenó exitosamente su sinfonía n°9 (1824) y falleció poco después dejando apenas unos bosquejos de la n°10 que alcanzan a breves minutos de música; el musicólogo inglés Barry Cooper (1949) intentó un ordenamiento de esos fragmentos y completó la orquestación de una posible versión (1988) que tuvo escasa aceptación. Por otra parte y atentos al desarrollo de la forma, los estudiosos reconocen como “la décima sinfonía de Beethoven” a la n°1 del compositor alemán Johannes Brahms (estreno orquestal 1876). Lo que sí queda claro es que ni este ni aquel dieron motivos musicales a la fatalidad. En efecto, fue luego de la muerte de Beethoven que comenzó la superstición reafirmada por varias coincidencias en las vidas y obras de compositores que lo sucedieron: entre otros, Schubert y Bruckner fallecieron antes de terminar la sinfonía n°9. En palabras de Arnold Schönberg (1874-1951): “Parece que el Noveno es un límite. Quien quiera ir más allá debe morir. Parece como si en el Décimo se nos pudiera impartir algo que aún no deberíamos saber, para lo cual no estamos preparados. Aquellos que han escrito una Novena estuvieron demasiado cerca del más allá".

Schönberg hacía alusión al bohemio Gustav Mahler quien fue especialmente supersticioso, al punto de nombrar Canción de la Tierra (1907/9) a su ciclo de seis canciones en forma de sinfonía para dos cantantes y orquesta; confiado en el éxito del engaño, llamó sinfonía n°9 a la siguiente e inició la composición de la n°10 que nunca acabó por la razón que ya se imaginan.

Si es verdad que Mahler era fetichista, el compositor ruso Shostakovich no lo fue menos pero finalmente rompió la maldición con su sinfonía n°10, signada por el infortunio. Para el final de la segunda guerra mundial, Shostakovich compuso su sinfonía n°9 (1945), la tercera dedicada a la guerra, que no fue del agrado de Stalin quien esperaba escuchar un exultante y atronador festejo musical del triunfo bélico ruso; muy por el contrario, se encontró con una brevísima “obra con un humor ligero y soleado” como la describió el compositor, además de contener afrentas musicales que, por suerte, Stalin no alcanzó a comprender. Desilusionado, el dictador le prohibió componer otra sinfonía. Recién en 1953, muerto Stalin y libre de presiones, Shostakovich dio a conocer la sinfonía n°10 en la que había estado trabajando en secreto y declaró: “Sufro por todos los que sufren, por todos los que son torturados, ejecutados, por los que mueren de hambre... Mis sinfonías son lápidas”. El músico vivió hasta 1975 y, si bien murió componiendo una sinfonía, cabe aclarar que era la n°16.

Richard Wagner sostenía que “la novena no fue la última sinfonía de Beethoven, sino la última del género mismo”. Pero el tiempo pasa y nada permanece igual, las creencias se reformulan, las expresiones del arte se reinventan y la forma sinfonía en manos de los compositores contemporáneos goza de buena salud.


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