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CANTABA COMO UNA CALANDRIA

La calandria, además de su hermoso gorjeo, es capaz de imitar lo que suena a su alrededor y de aprender rápido las melodías que escucha, por lo cual era un gran elogio para La Pulpera de Santa Lucía que compararan su voz con el canto de este pájaro. Esa pulpería era un lugar bastante frecuentado en “la zona de saladero” a mediados del s. XIX, pero no se sabe si en verdad existió tan virtuosa propietaria; si bien poco importa que haya sido un personaje real o de ficción, con este valsecito de Blomberg y Maciel, estrenado en la radio en 1929, la pulpera se hizo famosa al menos entre quienes compartimos el hábitat de la calandria.

Al igual que la calandria, el estornino también aprende fácilmente a imitar el canto, a decir de los ornitólogos y tal vez esa característica fue lo que llevó a Mozart a comprarse un ejemplar.

Cuentan que Mozart daba clases a unos pocos alumnos y solo para mejorar sus ingresos económicos; sin embargo, su espíritu docente lo ejerció con su amado estornino durante los tres años que el pájaro vivió. El compositor se complacía en enseñarle las melodías de sus obras con una dedicación tan intensa como era el enojo que lo asaltaba si el estornino no copiaba fielmente las alturas; así, ha trascendido la anécdota del pájaro que logró entonar correctamente la melodía del tercer movimiento del Concierto para piano y orquesta nro 17 luego de varios intentos de su maestro. Se trata del único concierto publicado en vida del compositor y la alegría de tal logro se vio empañada, ese mismo año de 1784, por el fallecimiento de su padre y un mes después, del estornino. A este último, Mozart le organizó una ceremonia de entierro a la que convocó amigos y durante el cual leyó un breve poema escrito por él mismo: “Descansa aquí mi querido / loco pájaro estornino. / Aún de los años en flor / halló el amargo dolor / de la muerte. Su recuerdo / encoge con triste viento /mi afligido corazón. / Vierte, amigo lector / tú también como una dádiva / una o dos humildes lágrimas.”

Casi doscientos años después, Paul McCarney, quien tampoco tenía intenciones de enseñar a cantar a nadie, encontró en el mirlo negro la figura adecuada para referirse metafóricamente a las tensiones raciales que por 1968 había en EE.UU. En los versos de la emblemática canción Blackbird de The Beatles, se impulsa a este pájaro negro a aprender a ver y a volar como un solapado mensaje de apoyo a la lucha por la igualdad de derechos civiles.

McCartney se inspiró en la música del pasado, más precisamente en una danza de Johan Sebastian Bach, compositor del período barroco. Fue durante ese período que la fascinación por la naturaleza y los pájaros dio origen a la ornitópera, como se conoce al repertorio de ópera compuesto entre mediados del s. XVII y del s. XVIII que de algún modo significativo se refiere a las aves. Entre ellas, el ruiseñor ocupa uno de los primeros puestos de inspiración, por caso Quando spieghi i tuoi tormenti de Orlando o Rossignols amoureux, répondez à nos voix de Hippolyte et Aricie, obras compuestas por George Händel y Philippe Rameau respectivamente.

Incluso en épocas anteriores, durante el s. XVI, el ruiseñor había sido el destinatario privilegiado de tanta música vocal: el francés Clement Janequin compuso su canción a cuatro partes El canto de los pájaros (1529) en la cual se imita al ruiseñor y al cucú, el italiano Adriano Banchieri el Madrigal a un dulce ruiseñor (1608), el inglés William Byrd escribió El ruiseñor y su compatriota, Thomas Weelkes, le dedicó una canción homónima (ambas de 1589 y a tres voces) donde aclara: “El ruiseñor, órgano de deleite; la ágil alondra; el pájaro negro y el tordo renegrido, y todos los hermosos coristas del vuelo, cantan sus notas musicales en cada arbusto. Déjenlos luchar por quién debería sobresalir más; el cucú es el pájaro, que porta la campana”.

La lista de obras vocales para disfrutar de su escucha podría continuar entendiéndonos en el tiempo y hacia otras latitudes, porque los pájaros están presentes en la música más allá de los géneros y las épocas, del mismo modo que nos rodean las bandadas y las avecillas solitarias.


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