ESCUCHAR COLORES, VER LA MÚSICA
A veces recurrimos a expresiones como “amarillo chillón” para describir una tela o decimos que fulano es un “sujeto gris y apagado” y casi inmediatamente tenemos la sensación de haber sido claros o de que quien nos escucha se formó una idea acabada de lo que quisimos significar; sin embargo, si nos detenemos en dichas expresiones, ningún color grita y ninguna persona se enciende o apaga como un velador. Son formas de decir que tienen su correlato en el llamado arte sinestésico: prácticas creativas e intermediales que integran diferentes modos de expresión para ofrecer una experiencia artística “total” o integral que convoque más de un sentido. Iniciadas en el romanticismo de la mano de músicos como Berlioz, Liszt o Wagner, llegan a nuestros días de muy diversas formas, entre ellas la preocupación pedagógica del polifacético Xul Solar (1887-1963). Este artista argentino, buscando facilitar el aprendizaje del piano, dispuso el teclado en tres hileras, le puso colores y diferenció las superficies al tacto; más filosóficas fueron las ideas del saxofonista y teórico Anthony Braxton (E.E.U.U, 1945) quien desarrolló una concepción “transidiomática” de manifestar los vínculos humanos con el mundo y con expresiones del arte contemporáneo a través de improvisaciones, orientalismos, diagramas, colores y más.
Pero no siempre se trata de buscar correspondencias estéticas deliberadas porque otras veces se producen francas asociaciones sensoriales que, por intransferibles y personales, suenan alocadas y de las cuales hay registro de científicos, artistas y compositores desde el s. XIX. Cuentan que cuando niño, el pintor Vincent van Gogh (1853-1890) le confió a su profesor de piano que veía colores cuando tocaba y ¡esa fue su última clase! Otra anécdota describe una conversación que sostuvieron los músicos rusos A. Scriabin (1872-1915) que asociaba colores a acordes y tonalidades y N. Rimsky-Korsakov (1844-1908) para quien cada nota tenía un color; ambos sorprendieron al descreído S. Rachmaninov (1873-1943) cuando coincidieron ver el color amarillo durante una escena de su ópera El avaro caballero donde el oro es protagonista.
En estos casos nos referimos a la sinestesia como condición innata de asociar a una percepción normal para un estímulo a otra secundaria: letras o números a colores, colores a sabores, sabores a tacto entre otras posibles combinaciones; tal vez la relación más frecuente se dé entre tono y color en la cual al escuchar un determinado sonido, se visualiza un color que puede ser diferente en cada persona. Vale aclarar que siempre se trata de correspondencias unidireccionales: el color no evoca el sonido ¡solo pensemos la cacofonía que produciría en la mente sinestésica la sola visión de una paleta de colores!
Muchas veces el artista sinestésico busca comunicar esas correspondencias al público por vía de sus obras pues considera que son válidas y verdaderas y aquí es donde se mezclan la imaginación y la biología; tal el caso del teórico y maestro francés Albert Lavignac (1846-1916) quien comparaba instrumentos con colores, agrupaciones instrumentales con cuadros y tonalidades con sensaciones (sib menor es “fúnebre o misteriosa” y La Mayor es “franca y sonora”). Por los años ’70, la sinestesia se consideraba una enfermedad que el músico francés Olivier Messiaen (1908-1992) lamentaba no sufrir, si bien sostuvo que mentalmente “escucho colores, veo la música… Trato de incorporar eso a mi obra y transmitírselo al oyente”; también advirtió que, por ejemplo, veía ciertos verdes que ningún pintor podría lograr porque eran naturales así como existen combinaciones sonoras en ciertas resonancias acústicas que ningún compositor podría lograr porque son propias del instrumento.
Puede decirse que a partir de las vanguardias del s. XX las asociaciones entre sentidos resultaron ser muy fructíferas para expresiones de todos los lenguajes artísticos y hoy las tenemos casi naturalizadas en los espectáculos multimediales; sin embargo, para quien posee una condición sinestética innata no se trata de intención sino de percepción a veces imposible de comunicar: ¡pobres aquellos músicos de orquesta cuyo director, Franz Liszt, les pedía que sonaran más azul, no tan amarillo o menos rosa!
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