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OÍR A TIENTAS

¿Cuántas actividades hacemos escuchando música? Sólo escuchándola, sin ver los instrumentos, los cantantes, el lugar en que está sonando o la partitura; sin embargo, y lejos de ser un impedimento, desde los tiempos más remotos la música nos acompaña a todas partes aunque no la veamos.

“De boca en oído, de oído en boca” es una frase de Miguel de Unamuno que bien sintetiza la larga historia de una no menos extendida costumbre oral de cantar relatos fantásticos, épicos, trágicos o románticos acompañándose de algún instrumento portable. Tal tradición suele relacionarse con el peregrinaje y la invidencia que caracterizaba a estos músicos viajeros, quienes no solo recopilaban en su andar coplas y tonadas, sino que también eran compositores y poetas. Sus últimos representantes estuvieron activos hasta principios del s. XX en Ucrania donde los kobzars recorrían el país cantando y tocando la popular bandura y en Irlanda donde los músicos peregrinos llevaban el arpa, hoy instrumento nacional.

Cercano a la figura del intérprete nómade ciego está la del músico callejero invidente, tal vez el más curioso es el excéntrico músico conocido como Moondog (Louis Hardin, EEUU, 1916-1999): vestido con túnica y yelmo de vikingo, se instaló por décadas en un mismo sitio de la 6ta Avenida de Nueva York. Permanecía por horas estático y en silencio en la calle por lo cual los transeúntes que frecuentaban la zona se habían habituado a verlo como un mendigo algo trastornado; sin embargo, fuera de las calles, tuvo una importante actividad musical como compositor y luthier. Moondog tocaba sus propios y extraños instrumentos e interpretaba su música junto a otros músicos amigos en los conciertos que brindaba a incómodas horas en la vereda para disgusto de los vecinos del barrio.

La falta de visión no fue un impedimento para el desarrollo de la habilidad musical interpretativa, ya Mozart a fines del s. XVIII dedicó una de sus piezas para conjunto de cámara y armónica de cristal, KV617 (1791), a Marianne Kirchgessner (1769-1808), intérprete no vidente admirada por su virtuosismo. Para aprender su repertorio, Kirchgessner se hacía tocar las obras en el piano hasta memorizarlas y luego las interpretaba en ese original instrumento que fascinaba al público por su cautivador timbre. Recurría a este personal método porque aún no se había inventado una musicografía musical para no videntes; de hecho, pocos años después, el pedagogo francés Luis Braille (1809-1852) desarrolló el sistema de lectura y escritura musical pues él también era un dedicado instrumentista.

A partir de entonces, los aprendizajes resultaron menos problemáticos y así llegamos a las agrupaciones musicales de ciegos de nuestros días. En Latinoamérica, destaca la Orquesta Nacional de Ciegos de Chile (ONACC) integrada por una docena de músicos y la Orquesta de Ciegos o Limitados Visuales de Colombia. Pero Argentina figura a la cabeza de estas iniciativas desde hace más de setenta años con dos organismos: coro y banda, ambos para adultos. La Banda Sinfónica Nacional de Ciegos es, además, única en el mundo, debutó en 1947 y lleva el nombre de su fundador Pascual Grisolía; surge de la escuela de música para instrumentos de viento en el Patronato Nacional de Ciegos que años antes había iniciado este maestro. En sus presentaciones interpretan repertorio variado (del llamado clásico al popular) en grupos pequeños y a veces con otros conjuntos, solistas o coros. También participan en proyectos internacionales como es el Oratorio Ecológico El Colibrí (2021, último movimiento Hacia el mañana) del pianista y compositor cordobés Gerardo Di Giusto (1961). El mismo año del debut de la banda, comenzó sus ensayos el Coro Polifónico Nacional de Ciegos con más de cuarenta integrantes y continúa.

Se afirma que ante la falta de visión el resto de los sentidos se agudizan, en especial el oído, como también existe la certeza que hacer, crear y pensar la música no reconocen estas barreras sensoriales, más aún, se potencian.


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