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ANIMALES DESTINADOS A LA MÚSICA

Desde tiempos remotos se compuso música destinada a los animales, y este interés no ha perdido vigencia. Por solo mencionar dos compositores del s. XX elegimos en principio al ornitólogo y músico francés Olivier Messian (en ese orden de pasiones le gustaba definirse) quien plasmó su admiración en Pájaros Exóticos (1955), obra para ensamble de vientos, piano y percusión y en donde el principal material sonoro son las transcripciones en partitura que él mismo realizó de los cantos de las aves. Y sumamos al compositor italiano Luciano Berio quien compuso las cuatro escenas del Opus Number Zoo (1951/70), escrita para quinteto de vientos y pensada para una joven audiencia, en la cual la música alterna con un texto hablado a cargo de los instrumentistas. Para ello recurrió a la poesía de la escritora Rhoda Levine en la que nos cuenta que un zorro y una gallina van de baile, un caballo en medio del campo reflexiona acerca de la crueldad humana, un topo viejo y solo mira festejos lejanos y dos gatos pelean en la jungla urbana. Estas composiciones integran una larga lista de obras dedicadas al mundo animal, algunas de las cuales, sin descuidar el humor, nos ofrece esta versión de Les Luthiers.

Sucede que los animales han prestado servicios a la música o, mejor dicho, el hombre sacó provecho de los animales para mejorar la construcción de sus instrumentos musicales; tal el caso de las crines de caballo para las cerdas de los arcos de la familia de cuerda o los hilos de la tela de araña para las cuerdas de violín. Luego del “préstamo”, las crines vuelven a crecer y la araña sigue tejiendo, pero no acontece igual con otra organología en la cual las formas de relación que la música mantuvo con los animales no fueron muy convenientes para estos últimos.

En el s. XVII se probó atenuar la tristeza del rey Luis XI con un “piano de los gatos”. Se trataba de una sucesión de felinos encerrados en jaulas individuales y contiguas que maullaban desesperadamente cuando un mecanismo conectado a un teclado hacía bajar una punta filosa hacia sus colas; se suponía que esto provocaría la risa real. Con el mismo sistema, pero con porcinos, se construyó el piganino u “órgano de cerdos” seleccionados en sus diferentes etapas de cría para obtener variedad de altura en los gruñidos. Por suerte, estos instrumentos solo trascendieron como experimentos aislados, aunque no fue así en todos los casos.

El uso del cuero para los parches de la percusión y la fabricación de cuerdas de tripa le costó -y le cuesta- la vida a ovinos y bovinos por igual ya que antes de mediados del s. XX no había otros sustitutos y, en la actualidad, debido al apego a la tradición o a corrientes historicistas. También es innegable una fuerte herencia precolombina que da cuenta del uso musical de huesos y cráneos con sesgo ceremonial; así, el moderno vibraslap que deriva de sacudir los dientes flojos de una quijada de burro, los tradicionales manojos de pezuñas, o el charango de armadillo o de quirquincho de la época del virreinato que todavía vemos en los grupos de música folklórica (¡pero con cuerdas de metal!). Por suerte para los animales, hace décadas se generalizó el uso de metales, nylon, plásticos y otros materiales industriales.

Sin embargo, sería injusto no mencionar intentos por capturar el sonido animal o imitar el canto de aves sin que se les vaya la vida en el asunto. Con este propósito se construyeron en las culturas prehispánicas silbatos amazónicos y jarras silbadoras incaicas entre una gran variedad de instrumentos antropomorfos. Actualmente, gracias a sofisticados sistemas de registro y reproducción de sonidos, un fuerte interés por el entorno sonoro y una creciente conciencia ecológica, ya no hace falta que corra sangre.

Antiguamente, capturar la voz era lograr la magia de poseer el espíritu y las virtudes de quien la había tenido. Todavía hoy ¿por qué interesa a los seres humanos el sonido animal? ¿Es una necesidad de comunicación con otras especies? Sin duda, se trata de una paleta sonora por descubrir que nutre la sensibilidad, expresa formas de decir diferentes y enseña algo de lo que, como seres vivos, compartimos.


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