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DESDE POLONIA CON AMOR


El compositor Kristof Pendercki (Polonia, 1933-2020) solía reconocerse tres rasgos: amor por la naturaleza, pasión católica y sentimiento patriótico. Tal vez el aspecto menos conocido de su personalidad fue su amor a los árboles “ellos me ayudan a escribir…”, y debía ser cierto pues junto a su prolífico legado musical dejó un vasto bosque con casi dos mil especies plantadas: “A veces pienso que quizás sea más importante que mi música”. Pero refiriéndonos a su música, basta una rápida mirada a sus óperas para acercarnos a su patriotismo y su fe.

En 1896, un dramaturgo francés de 15 años llamado Alfred Jarry (1873 - 1907) escribió su primera obra de teatro, Ubu Rey, un drama satírico alocado, provocador e irreverente cuya acción gira en torno a un personaje nefasto que ejerce su poder corrupto en Polonia. Por aquel entonces, Polonia era sólo un nombre que quizás representara para Jarry -como para tantos otros- algún lugar remoto, imaginario o inaccesible. Esto era muy provocador para un polaco de pura cepa como Penderecki quien retoma el tema en su ópera bufa del mismo nombre estrenada en 1991; por medio de pastiches y humoradas musicales sobre obras del repertorio musical canónico y propio (Suite Burlesca) recupera y destaca la comicidad de la propuesta original al mismo tiempo que aprovecha para poner en escena una dura crítica a los regímenes despóticos.

Su anterior ópera, La máscara negra (1986), también transcurre en una antigua región que en la geografía actual pertenecería mayormente a Polonia: ambientado en el s. XVII en Silesia, el libreto trata de traición, chantaje y muerte, temas que no pierden vigencia y que, por otra parte, también son recurrentes en las óperas de todos los tiempos. Es una obra breve y en un acto basada en la obra homónima del escritor G. Hauptmann (Alemania, 1862-1946) y transcurre enteramente en un banquete donde “nos encontramos con un judío, un hugonote, un puritano, un ministro evangélico y un abad católico, ¡qué compañía mixta!" bromea Penderecki. La cuestión es que durante esa comilona se sacan tantos trapos al sol que, como no podía ser de otro modo, la tensión crece incesantemente, corre sangre y termina con varios muertos.

No todos los relatos se ambientan en Polonia, de hecho y según cuenta la Biblia, la primera historia comenzó entre el cielo y el infierno, en El paraíso perdido como se titula la segunda ópera-oratorio de Penderecki, una obra extensa y en dos actos escrita por encargo para el centenario de la independencia de E.E.U.U. En ella se refiere a “ganar el paraíso por nosotros mismos”, casi un lema para cualquier nación emancipada y, arriesgando una postura más crítica, asocia las visiones de conflicto a la guerra de Vietnam (1955/75). Finalmente y recién dos años después de los festejos el compositor entregó la obra: “La verdad es que…siempre llego en el último momento y, a veces, ni eso”; se estrenó en Chicago, donde anteriormente el propio Ginastera también lo había hecho. Coincidentemente, ambos compositores habían sufrido la censura de sus óperas en Buenos Aires: en 1967 Bomarzo de Ginastera se estrena en Nueva York porque se la consideró “sinvergonzante” durante la dictadura de Onganía y en 1973 iba a estrenarse en el Teatro Colón Los demonios de Loudun (1972) de Penderecki pero fue calificada como “demasiado violenta” durante el gobierno de Estela Martínez de Perón.

Esta ópera está basada en una novela de A. Huxley que narra un hecho de posesión demoníaca colectiva ocurrido en el s. XVII en un convento francés de monjas, acerca del cual mucho se escribió, filmó y compuso. Con una colorida orquesta y usando recursos vocales (risas, gritos, llantos), Penderecki logró efectos sonoros tan terroríficos que partes de la obra fueron utilizadas en películas como El resplandor (1980) y la emblemática El Exorcista (1974) para reforzar algunas escalofriantes escenas. “Cosa ‘e mandinga” -para usar una invocación diabólica gauchesca- este film no fue censurado.

Penderecki nunca quiso que se pensara en él como un compositor político pues, si bien declaró que “El artista es un testigo de la era en la que vive y reacciona con su obra a lo que sucede a su alrededor” también reconoció que siempre su motivación fue algún evento sonoro; sin embargo, esto no le impidió pronunciarse a través de su música contra dictaduras y a favor de la vida. El gran cellista Pablo Casals dijo que “no puede separarse la música de la vida” y es una afirmación que parece ajustarse a la personalidad de Penderecki.

Imagen: Pinterest

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