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LAS ORQUESTAS SE HACEN OÍR


Cierta vez el director H. von Karajan (1908-1989, Austria) reflexionó acerca del momento en que el centenar de personas que integran una orquesta se convierte en una única persona con carácter marcado y concluyó comparándolas con una bandada de pájaros: “Lo hacen por una suerte de sentimiento de pertenencia al grupo, y eso siempre será un misterio. No puede explicarse, pero existe.”

Acuerda con esta sentencia el director de orquesta Daniel Baremboin (1942-), ciudadano argentino-israelí-palestino que junto al fallecido sociólogo E. Said fundó la East-West Divan Orchestra, en sus palabras “una experiencia humana maravillosa”: allí reunió a músicos de las naciones más fuertemente enfrentadas por la guerra para que fuera “como un foro para músicos y jóvenes de Oriente Próximo, como una oportunidad de hacer música juntos”. A lo largo de sus veinte años, el repertorio predilecto ha sido las nueve sinfonías de Beethoven (1770-1827, Alemania) compuestas entre 1799 y 1824, obras diferentes y audaces, no siempre comprendidas o aceptadas por sus contemporáneos al igual que su creador, una personalidad desafiante de la Europa post-revolucionaria a la vez que un ejemplo respetado de autonomía laboral para las siguientes generaciones de compositores. Desde 1999, la Divan Orchestra recorre el mundo y se consolida en cada concierto a partir de la escucha mutua, musical y humana, desde la diferencia y con respeto; si bien “nunca fue un proyecto político, siempre fue humanitario” se muestra y sostiene cada año como uno de los caminos posibles para la resolución de conflictos bélicos.

Un poco más atrás en el tiempo, el propio Baremboin había afrontado tensiones políticas en su tierra natal, Argentina, cuando realizó una gira con la Orquesta de París en 1980 durante el llamado “Proceso de Reorganización Nacional” que había interrumpido el orden democrático. El rechazo internacional a la dictadura militar, las difíciles relaciones con Francia y el estatus de desertor de Baremboin hicieron dudar a la orquesta que, finalmente, decidió viajar manifestando una actitud de acercamiento al pueblo argentino. En el concierto del Teatro Colón la obra estrella fue la Quinta Sinfonía (1901) de Gustav Mahler (1860-1911, bohemio-austríaco). No puede pensarse en una mejor elección, tratándose de una sinfonía donde contrastan la alegría ("Scherzo", minuto 28 de la grabación), la exuberancia ("Rondó Finale" 55’15’’) y la profunda tristeza en el tema principal del primer movimiento (una marcha fúnebre precedida por una evocación militar a cargo de los bronces) y en el cuarto movimiento, un triste "Adagietto" (45’) para cuerdas y arpa. Contrastes presentes en la vida de Mahler porque así como cosechó reconocimiento también conoció la crueldad de un creciente antisemitismo; fue admirador de Beethoven y el homenaje más evidente se escucha en el motivo inicial que es un guiño entre “quintas sinfonías”.

Si de reconocimientos se trata, la primera sinfonía de Beethoven está dedicada a su maestro F. J Haydn (1732-1809, Austria) quien compuso más de cien sinfonías. Haydn llevó una vida holgada y con pocas preocupaciones en la corte de Esterhazy como compositor y director. Se cuenta que en 1772, el príncipe demoraba su estadía veraniega reteniendo a los músicos consigo quienes, molestos por no poder volver a sus hogares, presentaron quejas a su director. Haydn, desde un lugar de privilegio, fue sensible a la situación de sus colegas de orquesta y compuso su Sinfonía n°45 (humorada a cargo de Baremboin) con el agregado de un adagio al cuarto y último movimiento en el cual, sucesivamente y luego de un breve solo, los músicos se retiran del escenario; los últimos en hacerlo según la partitura son el concertino y el director. Se dice que el príncipe comprendió y regresaron al día siguiente. Hoy se conoce como Los Adioses esta obra que en su momento fue un efectivo modo de protesta laboral.

Bajo la batuta de Baremboin, con la sinfonía como forma musical y la orquesta por intérprete, trazamos un recorrido por cuestiones contextuales que afectan al público y los músicos y dejan su huella inmanente en las obras; es difícil ser indiferente a ellas si creemos en la capacidad de la música para resignificarse, atravesar fronteras e impregnar las relaciones humanas.

Imagen: Orquesta Sinfónica de Bahía Blanca, 2015.

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