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MÚSICA, JUEGOS E INGENIO.


¿Resolvemos a cara o ceca? ¿Tiramos los dados al número más alto? ¿Quién, alguna vez, no ha librado a la suerte una decisión? Monedas, dados o cartas suelen ser la forma de dirimir una cuestión cuando la razón no logra inclinar la balanza o bien cuando el placer lúdico se impone; tal vez por ese motivo el azar conserva su atractivo a través del tiempo hasta el presente.

Como forma de entretenimiento, los juegos de azar ya eran muy populares en el s. XVIII y los músicos no fueron la excepción a este gusto pues, a modo de “divertimento” ingenioso, escribieron obras que en sus títulos anticipaban la ocurrencia, tal el caso de “El siempre listo compositor de minues y polonesas” de Kirnberger (1721-1783) o el tan práctico “Método para hacer seis compases de doble contrapunto a la octava sin conocer las reglas” de C. P. E. Bach (1714-1788). En rigor de verdad no debería hablarse de obra pues no hay partitura o pieza para escuchar, se trata más bien de herramientas para componer que incluso llegan a eximir de conocimientos musicales a los “jugadores” entre los que se encontraban principalmente los burgueses diletantes que buscaban una música accesible y melodiosa.

El más famoso entre los músicos de entonces que conjugaban música, matemáticas y azar fue W. A. Mozart (1756-1791), presumiblemente el autor de un enorme rompecabezas de casi trescientos fragmentos musicales que tituló “Juego musical de dados. Instrucciones para la composición de tantos valses como uno quiera con dos dados sin entender nada sobre música o composición” (1787, Kv516f). Esta propuesta abre un mundo de combinaciones casi ilimitado ya que la interpretación continuada de todos los valses generados -que supera los cuarenta mil billones- emplearía más de setecientos millones de años; si tienen paciencia, pueden consultar https://timmydoza.com/mozart/ una dirección donde con cada click se genera una nueva partitura de vals y es posible escucharlo. No todo estaba librado al azar porque su autor tomó ciertos recaudos al respetar la estética del clasicismo para la cual el equilibro formal era muy importante y logró la producción de valses de igual duración, en compás de tres tiempos, en Do Mayor, con su correspondiente sección central en área de dominante y el final conclusivo; cada tirada de dados se convierte en música original para piano al traducir los números en notas gracias a una grilla de melodía y acompañamiento donde se agrupan dieciséis conjuntos de notas –el total de número de compases de cada pieza- de once casilleros cada uno –suma de los dados entre dos y doce-. El material musical llegó a manos del editor de Mozart quien redactó las instrucciones y las publicó en un solo volumen texto y música en 1793, dos años después de la muerte del músico y a sabiendas de la gran aceptación que tendría entre el público ávido de juegos de ingenio.

Hoy día sigue siendo un problema acercar esta música al público en concierto y una solución es el uso de un software para producir las combinaciones de notación e instrumentales y proporcionar la partitura de la obra “en tiempo real” a los músicos quienes leen a primera vista una cantidad limitada de valses (https://youtu.be/-XeD0FgBXWU); puede decirse que cada concierto es un estreno de un nuevo original. De hecho, Mozart decía que “toda la música estaba compuesta, pero no estaba escrita” y parece haber encontrado una forma de resolver parcialmente el problema.

Lo que para los músicos del clasicismo fue un juego, a mediados del s. XX se llamó “música aleatoria” en referencia a aquella que en algún momento de su creación o de su interpretación incluye el azar, no ya como una experiencia lúdica sino como una estética de las vanguardias; esta corriente incluye obras de forma abierta donde es el intérprete o el director quien decide la continuidad (Earle Brown, “Available Forms I”, 1965, https://youtu.be/l4gL8mlaDSg), o la instrumentación (Charles Ives, “A Set of Pieces for Theatre Orchestra”, 1906/1911, https://youtu.be/DHu28izY-28) ¡Pero ese ya es otro juego!

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