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UN LUGAR PARA LA MÚSICA


Desde que la música se incorporó al prestigioso grupo de las Bellas Artes - hace ya un par de siglos - fue considerada un arte temporal por entender que el desarrollo del sonido en el tiempo era su rasgo principal; pero la relación constitutiva música - espacio es de larga data y sumamente variada. Ya a mediados del s. XVI, la espacialidad de la sala donde se interpretaría la música era tenida en cuenta al momento de la composición, un criterio que se plasmó en la escritura policoral usada por los compositores de la poderosa República de Venecia. Esta región competía en importancia cultural con Roma y Florencia donde por entonces surgía la ópera; Venecia era el principal centro editor y tenía condiciones propicias para el desarrollo artístico porque su poderío económico la mantenía un poco al margen de la convulsionada Europa de la Reforma y de las transformaciones políticas y sociales. Allí surgió la llamada Escuela Veneciana, activa entre 1550 y 1610 aproximadamente que reunía también a famosos músicos de otros países; las obras se tocaban en la Basílica de San Marco cuyas dimensiones y características acústicas eran óptimas para la dinámica espacial del discurso sonoro y facilitaban la ubicación de grupos instrumentales y vocales en diferentes locaciones, un recurso conocido como “cori spezzati” (https://youtu.be/JiyjQzPsy3I). En este marco floreció la polifonía vocal, instrumental y mixta con importantes compositores, entre otros: Orlando di Lasso (1532-1594, https://youtu.be/SL48WGHwYV8), Giovanni Gabrieli (1557-1612, https://youtu.be/DP8zh3-4qrU y https://youtu.be/lkSaR8jH5NA), Adrian Willaert (1490 - 1562) y Andrea Gabrieli (1533 – 1585, https://youtu.be/YNN7s618Awg). La distribución espacial de los músicos tuvo gran efectividad y se extendió en el tiempo como una práctica interpretativa - aun cuando no estuviera especificada en la partitura - y más precisamente en las iglesias de todo Europa a modo de mensaje divino; imaginar a los fieles sentados en la nave central percibiendo la música como flujo de masas sonoras desplazándose a los lados y por encima hace suponer una experiencia cuanto menos sobrecogedora.

Los compositores del s. XX han apelado a este recurso siguiendo lineamientos estéticos diferentes, como lo expresara el artista plástico Duchamp (1887-1968): “los sonidos durando y partiendo de diferentes lugares, formando una escultura sonora en el tiempo”; tal el caso de un pionero de la poliorquestalidad, el norteamericano Charles Ives (1874-1954). En su obra “La Pregunta sin Respuesta” escribió precisas indicaciones para la ubicación y visualización en la sala de la plantilla instrumental debido a la simbología con que dotó a cada grupo de intérpretes: la pieza es un “paisaje cósmico” que convoca fuera de la vista del público a las cuerdas por representar “el silencio de los druidas que no saben, no ven ni oyen nada”; dispone en el escenario a los vientos (cuarteto de flautas) que representan a la humanidad en su intento por encontrar una respuesta a “la eterna pregunta de la existencia” formulada por el insistente motivo melódico de la trompeta que se ubica detrás del auditorio (1908, https://youtu.be/ZWR6Th1JCTI). Más recientemente, el arte sonoro y la música electroacústica han multiplicado y complejizado la espacialidad al considerarla un elemento organizador del discurso sonoro por lo cual describen las condiciones y el espacio apropiado para sus obras.

El s. XVI resulta así no sólo el origen temprano de una práctica por demás contemporánea que desplaza a la música por el espacio, sino además el antecedente efectivo de la actual tendencia de fusión de las artes en una indivisible unidad funcional. Tal vez el desafío de este siglo sea, según el músico japonés N. Shimoda, “pensar en el diseño de espacios para el sonido”.

Imagen: Coronación del Dux veneciano en la Basílica de San Marcos (ca.1690). WordPress.com 895 × 671

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