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Leticia Molinari

ESCÁNDALOS

¿Puede la música causar escándalo? A veces llegan noticias de recitales de formato multimedial que fueron tildados de violentos o provocadores, pero en estos casos el origen de tal rechazo está lejos del resultado sonoro y más vinculado a imágenes, vestimentas, gestualidad, letras y otros componentes visuales que se proyectan desde el escenario. Así mismo la ópera, que es un espectáculo de estas características, dejó su impronta escandalosa en el repertorio de arte argentino durante la dictadura del Teniente General J. C. Onganía; se trató de la ópera Bomarzo del compositor Alberto Ginastera y del escritor (y libretista) Manuel Mujica Láinez la que, como consecuencia de su censura y prohibición, se estrenó en 1967 en E.E.U.U.

Sin embargo, hace poco más de un siglo, un espectáculo semejante a un gran show actual desató un escándalo de proporciones considerables: el estreno del ballet La Consagración de la Primavera de Igor Stravinsky con la coreografía de Vaslav Nijinsky en mayo de 1913 en París. El rechazo fue generalizado, incluso de parte de reconocidos especialistas del arte y la danza, académicos de conservatorios y compositores de entonces, a tal punto que sus repercusiones acompañaron hasta el fin de sus días a Stravinsky (1971) quien sistemáticamente se negó a hablar de ello. Si bien todo el espectáculo fue percibido como bárbaro y salvaje, es interesante destacar que tal bataola se debió en gran medida a la música: sus acordes, ritmos, intensidades e instrumentación, entre otros componentes, resultaron agresivos e insultantes para el acomodado público de la Europa pre-guerra que rechazó la presentación con violencia contundente, es decir, arrojando objetos al escenario.

Pocos años después, en 1917, se repitió la historia con el ballet Parade del compositor Erik Satie, en el cual intervinieron Diaguilev, Picasso y Balla; pero en esta ocasión ya los bailarines habían aprendido a huir a tiempo del escenario. En ambas obras, el enojo desatado entre el público parece entendible ya que en ellas se abordaban temas populares o vernáculos muy alejados de lo que por entonces era el ballet de los teatros, tan estilizado como elitista, y la música resultaba osada y extraña como toda aquella que marca una fuerte tendencia a futuro.

Un rechazo semejante pero de forma más civilizada, aconteció en el estreno de 4’33’’ de John Cage en Woodstock, en 1952, unos años antes del famoso festival de rock. El acto de callar el piano del escenario durante un concierto con una rigurosidad calculada en extremo fue considerado “una broma de mal gusto”, una provocación, un gesto ridículo y sin sentido, según expresiones de la crítica de entonces; podemos decir que dentro de la producción de Cage esta reacción no fue un hecho aislado sino que, en más de una ocasión, sus propuestas fueron motivo de burla. Pero, al igual que con las obras de Stravinsky y Satie, fue la música -o la falta de ella- la que desencadenó el repudio y la obra debió esperar un reconocimiento tardío.

A veces los problemas provienen de los significados que lleva consigo la música que la vinculan a cuestiones sociales, religiosas y políticas, por caso los himnos, las marchas o repertorios propios de grupos en conflicto, razón por la cual hasta en la historia más reciente se han censurado melodías. Suele suceder que la maestría del compositor burla las prohibiciones y así lo hizo, al menos en una ocasión, el músico ruso Dimitri Shostakovich. En 1945 se estrenó su Novena Sinfonía por encargo del régimen de stalinista para festejar la victoria del ejército ruso sobre las tropas nazis: “Querían de mí una fanfarria, una oda majestuosa”, dijo y, en cambio, compuso "una obrita alegre…a los músicos les encantará tocarla, y los críticos se deleitarán haciéndola pedazos" que, para colmo, en su cuarto movimiento incluía una melodía judía. Esta sutil provocación pasó desapercibida para Stalin pero fue tal la desilusión del dictador al escuchar tan breve y ligera obra que incluyó al terco y arriesgado compositor en la “lista negra” de censurados y le prohibió volver a componer sinfonías.

Quien ríe último ríe mejor, dice el refrán y así fue: en 1953 Shostakovich estrenó su Décima Sinfonía meses después de la muerte el dictador.


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