EL MÚSICO COMPLETO
¿Qué es un músico completo? En verdad, más que una pregunta se trata de una expresión tradicional del lenguaje coloquial que se suele atribuir a una estrella musical mediática sin que medien más reflexiones. Pero también es cierto que en numerosas ocasiones un mismo músico ha desarrollado múltiples funciones a lo largo de su carrera profesional: director, compositor, intérprete, teórico, docente y muchas veces crítico.
Así, es frecuente encontrar compositores dedicados a la dirección si bien no a la inversa o, al menos, no con igual éxito como sucedió con el italiano Sir Michael da Costa, famoso director en la Inglaterra del s. XIX, de quien Gioacchino Rossini dijo: “Este buen Costa me ha enviado la partitura de un oratorio y un queso de Stilton. El queso era buenísimo…”. Tal vez Rossini, tan exitoso compositor como empresario gastronómico, tuviera razón pues poco sabemos de la música de Costa mientras que el sello Stilton es considerado todavía hoy “el rey de los quesos ingleses”.
Los directores son reconocidos por su amplia formación profesional pero no todo son loas para ellos: Héctor Berlioz (Francia, 1803-1869) era compositor y advertía a sus colegas: “Recordad que el más peligroso de vuestros intérpretes es el director de orquesta!”; lo afirmó cansado de escuchar las licencias interpretativas que desvirtuaban las partituras. También era crítico y sentado en la sala como un oyente más del público no paraba de vociferar ni bien detectaba una infidelidad a la obra; además, llevaba seguidores (indudablemente eruditos musicales) tan apasionados como él que enfrentaban a la claqué y armaban tal bataola que su presencia en los conciertos era muy temida e incluso, en ocasiones, le prohibieron la entrada. Finalmente, cansado de protestar, Berlioz decidió dedicarse a dirigir no solo su música sino también la de otros, principalmente la de su admirado Beethoven sometida frecuentemente a supresión de líneas, cambio de instrumentos y retoques armónicos, entre otras “correcciones” de directores y editoriales. Por otra parte, el mismo Beethoven (1770/71-1827) difícilmente cedía el podio, a tal punto que en el estreno de su Sinfonía Coral (1824), por entonces completamente sordo, participó de la dirección como asistente del director de coro y del director de orquesta, este último a su vez era también el primer violín.
Beethoven trascendió como compositor si bien en vida fue, además de director de orquesta, un admirado pianista e improvisador que derrotaba a cuanto intérprete se le enfrentaba en las competencias vienesas de principios del s. XIX; se trataban de verdaderos duelos entre virtuosos de los que solo tenemos noticias por relatos y crónicas de época. Así sucede con mucha de la actividad interpretativa del pasado; mientras que la música escrita nos llega del puño y letra de sus creadores y la partitura es una guía importante al momento de hacerla sonar.
En nuestro siglo hay destacados directores cuya maestría interpretativa no es muy conocida y cuya obra ha quedado a la espera de una merecida difusión que la acerque al público. Tal el caso del maestro argentino Jorge Fontenla (1927-2016) quien fue un concertista de piano que “tocaba las obras que nadie quería tocar” según decía de sí y también un casi desconocido compositor (intérpretes: G. Kamerbek, clarinete y R. Evangelista, piano). Sin embargo fue un muy reconocido director que estuvo al frente de varias orquestas argentinas (Bahía Blanca inclusive); tal vez los más memoriosos lo recuerden dirigiendo Wagner con la Orquesta Nacional, en el Teatro Colón durante los primeros minutos de la película Highlander II (1991).
Tan silenciosos y necesarios unos como otros, directores y compositores, la balanza de la atracción y admiración por parte del público se inclina hacia los primeros. Si tomamos un ejemplo cercano, cada presentación del maestro Gustavo Dudamel (Venezuela, 1981) gana un espacio en la prensa más allá de la música, la orquesta, lugar o motivo. Probablemente se deba a que el compositor es un nombre en el programa de mano que, casi siempre, hace mucho que se murió, mientras que la presencia en el escenario del director se impone a la vista del público.
Imagen: Codalario